El futuro del planeta y los profetas del apocalipsis

El 7 de marzo de 2009, el príncipe Carlos de Gales advirtió que la humanidad contaba con apenas 100 meses para salvar al planeta de los daños irreversibles causados por el cambio climático. Ese plazo expiró el 7 de marzo de 2017 y, sin embargo, seguimos, tan mal y tan bien, como entonces.
Pero el Príncipe no se desanima. Haciendo caso omiso al fracaso de su predicción, lanzó una nueva advertencia: según él, los próximos 18 meses serían cruciales para resolver el problema del cambio climático y restablecer el equilibrio de la naturaleza, asegurando así la supervivencia de la humanidad. Esta nueva profecía tenía un vencimiento: el 11 de enero de 2021.
Curiosamente, nueve días antes de esa fecha, asumiría el cargo quien resultara electo presidente de los Estados Unidos. En caso de que Donald Trump fuera reelecto, ¿a qué catástrofe se refería realmente el siempre enigmático Príncipe Carlos?
Un alarmismo irresponsable
El heredero al trono británico se presenta como un hombre preocupado por el medio ambiente, pero su alarmismo es profundamente irresponsable y nos remonta a épocas precientíficas dominadas por dogmas religiosos.
La religión seduce a los seres humanos porque les otorga sentido a sus vidas, interpretando los fenómenos naturales como si respondieran a un propósito manifiesto. Para muchos, es más reconfortante creer que una mano todopoderosa guía sus destinos y los del universo que enfrentarse a la realidad de un cosmos infinito e impersonal.
Resulta curioso que las profecías sobre destrucción y caos global puedan ofrecer consuelo a los creyentes. Según investigadores de la Universidad Estatal de Dakota del Norte, cuanto más religiosa es una persona, mayor es la probabilidad de que interprete el aumento de desastres naturales como una señal del apocalipsis.
El apocalipsis: una fantasía atractiva
Sin embargo, la fascinación por el apocalipsis no es exclusiva del ámbito religioso. Como señala Daniel Wojcik en su libro El fin del mundo tal como lo conocemos (1997), las narraciones populares sobre el fin de la civilización suelen incluir un pequeño grupo de sobrevivientes destinados a reconstruir el mundo como una utopía.
Esta fantasía alimenta la creencia de que, tras la destrucción del mundo corrupto, los sobrevivientes disfrutarán de una vida más plena y significativa. Wojcik también sostiene que existe un “romance inherente al apocalipsis”, que otorga esperanza a los desilusionados, incluso más allá de la muerte.
La religiosidad de Carlos y su pobre historial como profeta
El fatalismo de Carlos parece estar más arraigado en la fe que en la ciencia. Sus predicciones no responden a un análisis serio, sino a una especie de religiosidad disfrazada de preocupación ambiental. Si de verdad quisiera contribuir al resguardo del planeta, evitaría sus pronunciamientos apocalípticos, que generan más daño que beneficio.
El destino de la Tierra es demasiado crítico como para dejarlo en manos de profetas de la fatalidad, por muy príncipes que sean.
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